Barthes y Aragon

Cuando el texto se lee en voz alta, con una sonrisa, y cuando termina te deja con ganas de más, significa que valió la pena. Y ambos textos, aunque son cortos y concisos, dicen muchas cosas y te dejan con ganas de seguir leyendo a los autores.

Ambos, aunque de forma diferente, hablan del movimiento tanto de la escritura como de la historia y del cuerpo a la hora de escribir. Hablan de la soltura con la que uno traza líneas, letras, palabras o, como en el caso de Aragon, dibujos sin sentido para nadie, excepto para él mismo. Hablan desde un lado muy personal y reflexivo. 

Aragon, autor que acabo de descubrir pero que, sin duda, seguiré descubriendo, habla de la necesidad imperiosa de un niño que quiere guardar sus secretos sólo para sí mismo. A pesar de los golpes y gritos que ha recibido por escribir en todo sobre lo que pueda apoyarse un lápiz (¿Quién no ha escrito en las paredes como si fueran hojas casi infinitas, llenas de espacio para dejar plasmados nuestros secretos, dibujos o garabatos que, a pesar de no tener significado para nadie, significaban mucho para nosotros?), creó su propio idioma, su propio sentido a los trazos un poco desordenados pero cargados de significación. La escritura era un juego que, como él dice, lo obligaba a tener secretos, a crearlos y a guardarlos. "Poco a poco me fui persuadiendo de que la escritura no había sido inventada para aquello que pretendían los adultos, para lo que el habla es suficiente, sino para fijar, más que las ideas para otros, las cosas para uno mismo. Secretos." Con esta cita del autor, se resume un poco todo su texto. 

Barthes, en cambio, habla del goce a la hora de conectar con una pluma y dejar fluir no sólo su mano, sino también todo su cuerpo, en una performance cotidiana pero cargada de arte. Es por esto, que él se autodenomina artista. Su cuerpo goza al trazar, tachar, girar y levantar su mano. Resumidamente, su cuerpo goza al escribir. 

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