Mapeo de mi cuadra un sábado de otoño en cuarentena

Me siento en el balcón de mi casa un sábado de otoño en cuarentena. Miro y reflexiono sobre la cuadra que camino todos los días de mi vida, una cuadra que para muchos no es más que un paso apresurado para ir al trabajo, para hacer algunas compras o para cortar camino, pero que para mí está cargada de significados. La heladería de la esquina en donde compré tantos martes de verano helado de dulce de leche granizado con frutilla (sí, martes porque es el día del 2x1). La pizzería de enfrente que me ha salvado de tantos domingos con la heladera vacía y a la que llamó y ya sabe lo que voy a pedir. O el encargado del edificio de al lado, que me saluda todas las mañanas con un "buen día" desde que tengo memoria. 

La cuadra de mi casa está en el centro de una ciudad tan bulliciosa pero, paradójicamente, para mí es muy tranquila. Una cuadra que cambió a lo largo de los años, tanto como yo. Cuando nací estaba llena de casas bajas, de no más de 2 pisos. Ahora, como casi cualquier rincón de la Ciudad de Buenos Aires, se llenó de edificios altos, exageradamente altos, con balcones llenos de luces, niños gritando y perros ladrando. 

Es otoño y las hojas amarillas y naranjas caídas hacen de la cuadra de mi casa un paisaje hermoso. Aunque aún quedan algunas hojas, todavía verdes, sosteniéndose de las ramas de los árboles, resistiendo al viento que las quiere arrancar y desparramar por todos lados. O tal vez no están resistiendo sino creciendo, naciendo. No lo sé porque sé lo mismo de botánica (ni siquiera sé si ese es el término adecuado para hablar de árboles) que de física, o sea nada. Veo estacionada una camioneta muy ostentosa justo enfrente, en el garaje de una casa que siempre, casi en secreto, envidié mucho. Ahí vive una jueza nacional, imaginarán la magnitud de esa casa, que es de las pocas que sobrevivieron a la construcción de edificios altos, exageradamente altos. Por fuera es muy normal, incluso un poco afeada, si puedo ser sincera. La pintura está vieja, llena de marcas de humedad y las rejas del portón oxidadas. Desde mi balcón sólo veo su terraza vacía, sin gracia. Sólo hay una cuerda para colgar la ropa, ni siquiera un tender. Sin embargo, cuando subo a la terraza de mi edificio (desde donde, por cierto, la cuadra se ve mucho más linda, especialmente en otoño) puedo ver su jardín trasero y su pileta innecesariamente grande. No sé si es linda la casa por dentro pero para alguien que lo más parecido que tiene a pileta es la bacha de la cocina, esa casa da mucha envidia.

Al final, este mapeo fue más bien una dedicación de aprecio a mi cuadra (y de envidia a la casa de enfrente). Una cuadra a la que vi crecer, cambiar, transformarse, a la que tantas veces critiqué pero que sin embargo, días de otoño como hoy, halago mucho. 

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