Versiones del microcuento

Microcuento original: 

El avión

Te subirás a ese avión que tanta oscuridad te brindó. Subirás, con los pies temblando, la sonrisa más inventada que te permita el momento de tensión y el "buen día" más cálido que puedas otorgarle a la azafata. Te sentarás en el asiento 15B, entre dos personas para sentirte protegida. Al lado tuyo va a haber un monje, ¿casualidad? tal vez. Que rece por vos, le pedirás, que rece por vos. Sacarás tu libro, ese que tantas veces te reconfortó, que tantas veces te acompañó, pero no podrás leer ni la introducción. Porque esas páginas que alguna vez te convirtieron en lo que sos, hoy ya no te permiten seguir creciendo y cambiando. Dormirás. O intentarás dormir. Porque los temores del pasado vuelven cargados de pensamientos nuevos, y los escalofríos del futuro y la incertidumbre se harán carne en vos. 

Despegará el avión, sus ruedas se separarán del piso y sentirás como el temor va desapareciendo. No, desapareciendo no, acostumbrándose. Haciéndose uno con tus emociones, con tus sentimientos, con tu cuerpo. Vas dejando atrás la ciudad, las luces de la noche van haciéndose cada vez más chicas hasta desaparecer. Y de pronto, no sabrás si fue el monje, el sueño o el movimiento del avión pero te quedarás dormida. Y en un abrir de ojos estarás llegando a tu nuevo hogar, ese que para muchos es una ciudad más pero que para vos será el comienzo de un nuevo capítulo del libro de tu vida. Ese libro que tanto te costó escribir, del que tantas veces quisiste arrancar hojas, con el que tantas veces te enojaste y al que tantas veces abrazaste. Y de ese miedo que invadía tu cuerpo sólo recordarás como te ayudó a salir de ahí, de esa ciudad que tanto te hizo odiar los primeros capítulos de tu historia. Pero a partir de hoy crecerás, como crecen los personajes de tu novela favorita, como crece una planta y como crece la resiliencia en vos. 

Cambiarás el avión por lo que quieras, este cuento también es tuyo.


Versión 1: Policial

La vi entrar temerosa, como culpable. Le dedicó un "buen día" frío a la azafata y se acercó a mi. Tuve miedo, lo admito. El terror de que me reconozca y la misión se arruine me invadió por unos segundos. Pero ella no me reconoció, ni siquiera me miró. Estaba muy ocupada divagando por su memoria, por sus recuerdos, por sus planes, que se olvidó de mirarme. Estuvo tan ocupada en intentar cambiar su vida que no me reconoció. No voy a mentir, me dolió. Que no recuerde nuestro pasado y lo que vivimos, que no me haya dirigido ni siquiera una mirada de reojo, que, como un huracán, se quisiera deshacer tanto de ese pasado que la incomodaba y que con eso se haya llevado una parte de mí.

Me pidió que rece por ella. Me costó entender por qué me hablaba y por qué me pedía tal cosa. Ella nunca había sido creyente y yo nunca había rezado, no sabía cómo hacer tal cosa. Ahí recordé mi disfraz, mi personaje encubierto. Recordé por qué estaba en ese avión y cuál era mi misión. Abrió un libro, lo recuerdo por que me sorprendió, ella no leía. O por lo menos la chica que yo conocía. Y efectivamente no lo hizo. Lo ojeó, durante unos minutos, lo abrazó y se durmió. 

Despertó cuando apenas se dilucidaban las luces de la ciudad. Sonrió y me asustó. Esa felicidad que tenía ella por dejar su pasado se había convertido en mi infierno. Antes de bajar, le mandé a mi jefe todos sus movimientos desde que nos habíamos cruzado. Perdón, mi amor, otra vez te fallé.


Version 2: infantil

Te voy a contar un secreto pero me tenés que prometer que no se lo vas a decir a nadie. Ayer me subí un avión y volé por tooodos lados. Iba de un lado para el otro dando vueltas por los aires, me quedaba viendo cómo la gente se hacía muy chiquita abajo mío. Las nubes de algodón, me tocaban todo el cuerpo y la sensación era parecida a comer algodón de azúcar en el parque. Pero menos dulce. En un momento, recuerdo escuchar truenos, parecían como un niño gritando. No, gritando no, llorando. No, llorando tampoco, haciendo puchero. Sí, definitivamente los truenos sonaban como un niño haciendo puchero. 

Creo que en algún momento me quedé dormido. Mi mamá me había dicho que lo haga, que ella me avisaba cuando llegáramos a un lugar muy especial. Yo no quería porque el paisaje estaba muy lindo, desde ahí arriba se podía ver todo. Pero de los nervios había dormido muy poco en mi casa, así que en algún momento cerré los ojos por un ratito. Y cuando los abrí ya habíamos llegado. ¡¡No podía creer lo que mis ojos estaban viendo!! Estaba en... estab... no lo podía creer!! Los árboles eran rosas, el pasto violeta y las nubes celestes. Las personas tenían la piel naranja y su brazos eran súper largos. ¡Había llegado a La Ciudad de Los Caramelos! 

Mi mamá me había contado mucho sobre esa ciudad. Me había dicho que no podía contarle a nadie que existía, porque cuando algún chico malo se enteraba e intentaba encontrarla, la ciudad entera desaparecía, y con ella sus habitantes de colores. Por eso te cuento esta historia a vos, pero no se la podés contar a ningún chico malo. La próxima vez, podemos ir juntos.




Comentarios

Entradas populares de este blog

Autoevaluación final

¿Quién cree a Janet Cook?