"Eunoia"- cuento

Escribir un cuento, que incluya: 1 objeto con un jeroglífico, 1 perro negro, 1 objeto filoso, 1 enano, 1 reloj antiguo, 1 espejo roto y que el Narrador o Narradora sea interno, en 1° persona.


Me desperté 6:30 AM, como todos los días y me preparé un café negro que me traje de mi viaje a Colombia el mes pasado. Mientras se calentaba el agua, me lavé los dientes y miré al espejo, tan viejo, tan roto, tan filoso, pero con tantas historias. Ese espejo estaba en casa de mi abuela, al igual que el reloj que suena 7 veces para marcar que voy a llegar tarde al trabajo. Una. Dos. Me miro a los ojos y se convierten en un cristal. Intento despejar mi mente, no recordar, pero se me hace imposible. Tres. 

Vuelvo a la cocina, paso por la puerta de la que fue mi habitación y me detengo sin pensarlo. Algunos stickers de River, una foto de mi viaje a la costa con mis amigos y la lengua de los Rolling Stones llenan de vida una puerta marrón. Entro. No sé por qué pero entro. Veo la foto que nos sacamos en mi viaje a Bariloche con mi curso. ¿Por qué había un enano en la foto? ¿Por qué nos divertíamos con eso? Ese viaje son de las pocas cosas en mi vida que prefiero no haber vivido. Pero esa historia se las cuento en otro cuento. Al lado, una alcancía con forma de gallina. La reviso buscando plata hasta que recuerdo que estoy denuevo en Argentina. Bueno, tal vez encuentro un austral y lo pueda vender a un coleccionista. Sólo hay un botón. Cuatro. Abro el cajón, que no se deja inspeccionar con facilidad. Pero después de un rato forcejeando lo logro. La primera foto que se aparece es mi vieja. Tan lúcida, tan coqueta, tan joven. Otra vez, ojos vidriosos. Todo en esta casa me hace llorar, todo en esta casa me recuerda a ella. Me tiro en el piso, rendido. Viene Sombra y se pone a llorar conmigo. Literalmente. Cinco.

El café ya se enfrió, y las tostadas quedaron más negras que mi perro Sombra. No sé por qué hice esto porque nunca fui religioso, pero abro la Biblia que tenía el cajón y me pongo a leerla. Estaba en griego. Todo me parece un jeroglífico, no logro entender ni una palabra y me acuerdo de todas las tardes que me senté con mi mamá en la plaza de la esquina. Ella intentando enseñarme su idioma materno, y yo queriendo irme a jugar al fútbol. Seis.

Llamo a mi jefe, le explico que estoy enfermo, que voy a faltar y me pide que a la tarde entregue los informes que debo. No le digo que ni los empecé, sólo digo que sí, que sin falta a la tarde los entrego. Caliento el agua que pongo en un termo casi hirviendo por esa costumbre que tenemos con mi hermana de tomar los mates muy calientes. Armo mi bolsito matero, ese que me regaló mi mejor amiga con la frase "el lápiz escribe lo que el corazón habla". Ese bolso recorrió el mundo conmigo y, aunque ya está gastado, lo sigo llevando a todos lados. Meto un par de hojas, unas lapiceras y la Biblia. Me siento en la plaza de la esquina. Me tiro en la manta que llevé, armo el mate y anoto lo poco que me acuerdo en griego. Siete. Má, la próxima vez que te vaya a ver voy a hablarte en griego, supe que las enfermeras no te entienden nada. 

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